jueves, 30 de abril de 2009

CAPITULO 1 (PARTE2) - CON DIOS


Así, al acto de acostarnos como al de levantarnos, elevaremos nuestra alma a Dios; y con todo el fervor de un corazón sensible y agradecido, le dirigiremos nuestras alabanzas, le daremos gracias por sus benefecios y le rogaremos nos los siga dispensando. Le pediremos por nuestros padres, familias, patria, bienhechores y amigos, así como también por nuestros enemigos, y haremos votos porla felicidad del género humano, y especialmente por el consuelo de afligidos y desgraciados; y por aquellas almas extraviadas de la bienaventuranza. Yrecogiendo nuestro espíritu, y rogando a Dios nos ilumine con las luces de la razón y gracia, examinaremos nuestra conciencia, y nos propondremos emplear los medios más eficaces para evitar las faltas. Tales son nuestros deberes al entregarnos al sueño, y al despertarnos, en los cuales, además de la satisfacción de haber cumplido con Dios y consagrado un momento a la filantropía, encontraremos la inestimable ventaja de ir diariamente corrigiendo nuestros defectos; mejorando nuestra condición moral y avanzando en el camino de la virtud, único que conduce a la verdadera dicha.
Es también un acto debido a Dios, y propio de corazón agradecido, manifestarle nuestro reconocimiento al levantarnos de la mesa. Si nunca debemos olividarnos de dar las gracias a la persona de quién recibimos un servicio; por pequeño que sea, ¿con cuánta más razón deberemos darle a la Providencia que nos dispensa el mayor de los beneficios, el medio de conservar la vida?
En los deberes para con Dios se encuentran refundidos todos los deberes sociales y prescripciones de la moral; así es que el hombre verdaderamente religioso es modelo de virtudes, el padre más amoroso, el hijo más obediente, el esposo más fiel, el ciudadano más útil a su patria... Y a la verdad, ¿cuál es la ley humana, el principio, la regla que encamine los hombres al bien y los aparte del mal, que no tenga su origen en los Mandamientos de Dios, ley de las leyes, tan simple y completa como sencilla y breve? ¿dónde hay nada más conforme con el orden que debe reinar en naciones y familias, con los dictados de la justicia, generosos impulsos de caridad y noble beneficencia, y todo lo que contribuye a la felicidad del hombre sobre la tierra, que los principios de la ley evangélica? Nosotros satisfacemos el sagrado deber de la obediencia a Dios gusrdando fielmente sus leyes, y las que nuestra Santa Iglesia ha dictado en el uso legítimo de la divina delegación que ejerce; y es éste al mismo tiempo, el medio más eficaz y directo para obrar en favor de nuestro bienestar y felicidad que nos espera en la gloria celestial.
Los deberes de que tratamos no se circunscriben a nuestras relaciones internas con la Divinidad. El corazón humano, esencialmente comunicativo, sinte inclinación invencible a expresar sus afectos por signos y demostraciones exteriores. Debemos, pues, manifestar a Dios nuestro amor, gratitud y adoración, con actos públicos que, al mismo tiempo que satisfagan nuestro corazón, sirvan de saludable ejemplo. Y como es el templo la casa del Señor, destinado a nuestros homenajes, procuraremos vistarlo con frecuencia, manifestando toda la devoción y recogimietno que inspira tan sagrado recinto.
Los sacerdotes, ministros de Dios sobre la Tierra, tienen la misión de mantener el culto divino y conducir nuestras almas por el camino de la felicidad eterna. Tan elevado carácter impone el deber de respetarlos y honrarlos, oyendo simpre con interés los consejos con que nos favorecen, cuando en nombre de su divino maestro y en desempeño de su augusto ministerio nos dirige su vos de caridad y consuelo. Grande es, sin duda, la falta en que incurrimos al ofender a nuestros prójimos, sean quienes fueren; pero todavía es mucho más grave, ante los ojos de Dios, la ofensa al sacerdote, pues injuriamos a la Divinidad, que le ha investido como atributos sagrados y le ha hecho su representante en este mundo. Concluyamos, pues, recomendando respeto a los sacerdotes, como manifestacion de respeto a Dios mismo, y signo inequívoco de buena educación moral y religiosa.


Mauel Antonio Carreño, Manual de Urbanidad y Buenas Maneras

No hay comentarios:

Publicar un comentario