miércoles, 18 de marzo de 2009

DEBERES MORALES DEL HOGAR


CAPITULO 1 - CON DIOS

Basta mirar al firmamento, o cualquiera de las maravillas de la creación, y contemplar los infinitos bienes y comodidades que ofrece la tierra, para comprender la sabiduría y grandeza de Dios, y todo lo que debemos a su amor, bondad y misericordia.
En efecto, ¿quién sino Dios ha creado el mundo y lo gobierna?, ¿quién ha establecido y conserva ese orden inalterable, a través de los tiempos, en la masa formidable y portentosa del Universo?, ¿quién vela incesantemente por la felicidad y la de todos los objetos más queridos de la tierra?, por último, ¿quié sino El puede ofrecer y nos ofrece, la dicha inmensa de la salvación eterna?.
Somos, pues, deudores de nuestro amor, gratitud, profunda adoración y obediencia; y en toda la vida en medio de placeres inocentes que su mano generosa derrama en nuestra exisitencia, como en la desgracia con que, en los juicios inescrutables de su sabiduría infinita. prueba nuestra paciencia y fe, estamos obligados a rendirle homenajes, y ruegos fervorosos, para que nos haga merecedores de sus beneficios.
Dios reune la inmensidad de la grandeza y perfección; y nosotros aunque criaturas suyas y destinados a gozar por toda una eternidad, somos seres muy humildes e imperfectos; así es que nuestras alabanzas nada pueden añadir a sus soberanos atributos. Pero El se complace y las recibe como homenaje debido a la majestad de su gloria, y como prendas de adoración y amor que el corazón le ofrece en la efusión de sus más sublimes sentimientos y nada puede excusarnos de dirigírselas. Tampoco nuestros ruegos le pueden hacer más justo, porque todos sus atributos son infinitos, ni por otra parte le son necesarios para conocer nuestras necesidades y deseos, porque El penetra en lo más íntimo; pero esos ruegos son expresión sincera del reconocimiento de su poder supremo, y del convencimiento en que El es la fuente de todo bien, consuelo y felicidad, y con ellos movemos su misericordia, y aploacamos la severidad de su divina justicia, irritada por nuestras ofensas, porque El es Dios de bondad sin límites. ¿Cuán propio y natural es que el hombre se dirija al Creador, le hable de sus penas con la confianza de hijo que habla al padre más tierno y amoroso, le pida alivio de sus dolores y perdón de sus culpas, y con mirada dulce y llena de unción religiosa, le muestre su amor y fe como títulos de esperanza?

Continúa...

Extraido de "Manual de Urbanidad y Buenas Maneras" de Manuel Antonio Carreño

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